Esa palabra

julio 17, 2014

Tomar una palabra entre los dedos, como quien se saca algo de la boca, y analizarla con curiosidad, como tratando de entender su infinito, su vacío enigmático y los miles de sentidos que alguna vez encerró.
Sentarse a la tarde, y tomar del bolsillo de la camisa esa misma palabra, que había guardado en un papel de celofán, de esos que envuelven los paquetes de cigarrillos. Tomarla otra vez y sentir su olor, respirarla hondamente, mirarla con detenimiento, escrutar su piel suave en busca de respuestas, llamado por la intriga de su naturaleza peregrina, su eco ancestral.
Cierro entonces los ojos para dejarme llevar por el humo que emana esa misma palabra cuando la pronuncio, y saboreo su perfume dulce, en el silencio de la tarde, hasta quedar dormido y soñar con esa palabra.

Volver

enero 17, 2014

Hace unos días que he vuelto, y quiero decirlo, escribirlo, pero no puedo.

He vuelto de viaje. Todavía me duele la piel de la quemadura que me pegué. Y el higado con todo lo que tomé. Pero tengo alegre el corazón porque además he vuelto a la lectura. Si, puedo leer devuelta. Eso me ha alegrado el corazón. He vuelto también, aunque despacito, con respeto, a la escritura. Ese bicho indomable que es la palabra. He vuelto a mojarme los pies en su oleaje a veces suave y a veces bravo. He vuelto a sentir la sal de su espuma, el aire frío de las mañanas cuando las palabras se desperezan y se van, raidas, la noche y sus poemas. He vuelto a escuchar a las aves, y también a los trabajadores que llevan y traen mercaderias. Ruidos de cajones, puertas y motores, diálogos de amores y consejos. He vuelto sobre mis pasos, como recorriendo el espinel. Y me encontré con las personas que me pueblan diariamente, que me han acompañado. He vuelto a escuchar la voz honda de mi vieja contándome los problemas, y el paciente silencio de mi sobrino, que apenas balbucea, a la espera del momento oportuno para decir. ¡Cuánta sabiduría! He vuelto además a leerme, esas entrevistas viejas, con mis torpezas gramaticales, ortográficas, mis reiteradas metáforas, mis recurrencias, mi falta de creatividad. Pero he transitado, al leerme nuevamente, ese camión ruidoso de sueños y de añoros, de esperanzas, de alegrías, de tristezas, de angustias. He vuelto. estoy barbudo, con las uñas largas y sucias, andrajoso, como siempre, pero más viejo. He vuelto a vomitar un relato en apenas unos minutos, y quedar exhausto, rendido, con ese gusto amargo que se produce cuando pienso que podría estar mejor. He vuelto a sentir mis musculos, mis piernas, mis brazos y espalda, mis dientes. He vuelto a sentir el aire de los viajes, el resplandor del primer rayo de sol al amanecer, sobre el mar, Festejado por millones de olas blancas y resplandecientes, coronadas de azahares, como novias alegres que se agitan ante su nacimiento, nuevo y viejo a la vez, anunciado, pero siempre sorprendente. He vuelto a mis menudencias, a la cárcel yerta de mis temores. Al desorden instáneo y elocuente de la habitación, que no es más que la expresión de mi desorden interno. He vuelto a sentir el frío cierto de mis barrotes, esa prisión oscura que me oprime el pecho y no me deja dormir. He vuelto a las pesadillas conocidas, a despertarme gritando. He vuelto a sentir la boca absolutamente seca del miedo aterrador, y a no poder hablar porque la lengua se convirtio en piedra pomez. He vuelto a decir, de tanto ser maldito. De tanto ser hablado. De tanto dejarme ir, olvidarme de mi. He vuelto.

Envenenos

septiembre 9, 2013

(Poesía a tirabuzón)

 

Noche yerta.
Magnifica quietud de las cosas
y un baile suave que se esparce
alrededor
a obscuras
a tientas
siembra entonces su trino cruel
un canto ardiente que envenena
lenta y dulcemente, envenena

en ve nena
nena en ve

el tiempo también en ve
se bifurca y multiplica
y se llora también
se llora mucho
pero en silencio
a solas
durante la noche yerta
desierta
con ese silencio que interpela
ya no hay donde escapar

al final del camino estamos frente uno mismo
en ve, ajá, si
no hay tal ve
sólo uno
aunque no queramos
y sigamos sosteniendo la mentira
es más cómo
no lo sé
es costumbre, eso sí.

es costumbre mentirse
pero más doloroso
el cuerpo enferma, se enloquece feamente
con crueldad
se bifurca la persona toda
y ya no hay sosiego para esa contradicción sin hogar
sin ámbito en el que reconciliar
sólo una ve andando
una ve con patas
envenenados

la noche demoledora
callada y orgullosa
noche de brujas
de palabras por la mitad
noche poblada de maldiciones
y envenenos
La palabra preñada va

Enciende los candiles

agosto 31, 2013

Imagen

 

Entonces el kirchnerismo saca a relucir su faceta más hermosa: aquella de los movimientos sociales que le dan forma, contenido y voz; esa característica que construyó audazmente, cuando veníamos de la sangre corriendo por el asfalto en el puente de Avellaneda, cuando parecía que la historia era historia. Y muestra el kirchnerismo su oficio de transformación cultural; la intensidad con la que ha encarnado las consignas que el movimiento nacional y popular venía gestando durante la resistencia que se abrió el mismísimo 24 de marzo de 1976. Porque nació de ahí. Del dolor profundo por los compañeros desaparecidos, pero levantando la alegría fija de esa juventud maravillosa, de esos jóvenes trabajadores, estudiantes, intelectuales… y de los obreros subidos al micro pidiendo por la vuelta de Perón.

Y muestra entonces el Kirchnerismo la valentía de reescribir la historia, de hacer de goma a los símbolos nacionales, y redefinir la palabra patria. Eso que antes estaba fijado en escudos militares, en hojas amarillas de libros de historia, y en grandes extensiones de campo, pasó a ser ese otro hermano latinoamericano, boliviano y peruano, paso a ser una mujer trabajadora, el pueblo en la calle, participando, discutiendo, disfrutando.

Entonces este peronismo del siglo XXI hace sonar sus músicas, las consignas del general aggionardas. Crea otras nuevas, crea, inventa, para no errar. Y llega a esa mezcla de columna política, y de hinchada de futbol, preñada de debate, de incertidumbres, de preguntas y de respuestas, de rostros comunes, pero muchos, diferentes, unidos en el destino. Es ahí donde gana. En esa colorida plaza plagada de mesitas con revistas desconocidas, de musiqueros harapientos, de adolescentes ataviados con pines del eternauta y pelos largos. Ese reverdecer del hippismo que convive con la rosca política y contiene también a grandes empresarios. Ese movimiento maravilloso que se animó a decir lo que estaba oculto, y gritó que el rey esta desnudo. Que generó agenda propiua, palabras nuevas, frases y rescató valores, viejos e inventó nuevos también.

Ahora, todavía persisten los cultores del silencio. Los que se guardan la palabra; los que muestran muchas imágenes pero esconden sus fundamentos; los que insisten con los espejitos de colores, con promesas vanas y cosas abstractas; esos a los que les cuesta mucho más la relación de las cosas y las palabras. Están estos también, si, en definitiva, los brujos que piensan en volver. Enciende los candiles.

Abuela Nancy

agosto 24, 2013

Esta semana se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de mi abuela Nancy. Me lo recordó mi viejo, con un mensaje de texto. Cuando lo recibí dejé por un instante de hacer las dos cosas que estaba haciendo: leer y escribir noticias, es decir, trabajando. Y me detuve a pensar en la persona que me enseñó, justamente, a leer y a escribir, mi abuela.

Ejercía el misterio con mucha soltura mi abuela. Escribía poesías, alta timbera, supersticiosa (le escapaba a los rengos porque traían mala suerte), y llena de leyendas. De algún modo supo encarnar ciertos tabúes mi abuela: mujer, madre soltera, y también seguidora de Evita. Supo andar armada cuando la situación lo ameritaba, y si algo raro pasaba le echaba un tiro a la maceta en el patio, como para despejar la cosa.

Sabemos todos en la familia que fue siempre muy sensible a las injusticias, en especial la de los varones sobre las mujeres, quizás porque le ha tocado vivir algún episodio de ese tipo. Supo de aguantar a sus amigos, aún poniéndose ella en serios riesgos, y también supo guardar secretos, hasta esos más dolorosos, los que le hirieron el corazón para siempre.

Flaca a rabiar, fumadora de todo el día, con los dedos amarillos, el mate siempre en la otra mano, y una sonrisa en la cara. Muy laburadora, changarina, vendedora, era un solo chamuyo la vieja. Adoptaba a cuanta mujer sola anda por el mundo, y para todos en la casa tenía una tarea. Una verdadera compinche, de esas a las que enseguida uno empieza a querer.

La recuerdo entre rollos gigantes de guata con los que rellenaba las camperas de colectiveros que cosía en un pequeño cuarto de la casa junto a sus compañeras. Ahí me enseñaba a leer con un libro enorme de cuentos. La recuerdo riéndose, llena de alegría.

Lamentablemente estuvo poco entre nosotros. Pero en mi caso dejó algunas enseñanzas básicas, que son hoy herramientas fundamentales, como leer y escribir. Vaya si le debo cosas: la curiosidad, la búsqueda de conocimiento. Siempre se preocupó mucho por nuestra educación, por los colegios a los que íbamos.

Todavía la ando buscando, en cada vieja y viejo que veo. En algunas poesías, en los barrios, en la radio cuando escucho algún tango, cuando pasan la tómbola, en los números de la suerte, en la verdulería, donde levantan la quiniela clandestina, o si veo una carrera de caballos. La veo en una calle de tierra en el barrio, en las casas humildes, pequeñas, con puertas que son cortinas, en los patios con enredaderas y tablones. Toda Buenos Aires me recuerda a ella, a esa bohemia y sus suburbios, sus dolores, sus humildes alegrías como saberse rodeada de amigos, generando afectos, lazos, territorios, cuando todo en nuestro país apuntaba a lo contrario, a separar.

No es este el mejor homenaje que pudiera hacerle, pero es el que me salió hoy, rápido, recordando, con el corazón, como la palabra lo indica.De puras carcajadas con la abuela y jopi

Pueblo endiablado

agosto 18, 2013

Enormes y oscuros se yerguen en la noche muda gigantes de acero. Apenas unas luces sirven para intuir el paso tímido de algún que otro cristiano que se atreve a pasarles por al lado sin ser devorado, o aplastado de un simple pisotón. Noche cerrada. La repetición hasta el cansancio de las mismas acciones envuelve a los pueblos que vamos dejando atrás en un halo de insanidad. Algo se quiebra. La locura también emerge en esos margenes rurales. Allí donde las leyendas corretean debajo de tablones, o entre alambrados y patios. Siniestro, espeluznante vacío que concede a la vida de sus pobladores una oportunidad para lo fantástico. Ni el poder magnifico de las capitales, ni el dinero y la opulencia de las mejores cosechas se hace presente entre aquellos caseríos a la vera de la ruta, entonces sólo la locura, el dolor, ofrecen algo de vértigo. Hombres, mujeres y jóvenes se arrojan de a uno al desenfreno constante. Y cada tanto explota un lobizón en el pueblo. Una de sus hijas mas bellas aparece degollada, o simplemente desaparece una criatura. Se la trago la tierra, dicen los baquianos, con la mirada de asombro, y un pequeño brillo que deja la puerta entreabierta. Que va. Salgamos rápido. Algo esta por pasar.

Una sombra innombrable, indecible. Algo sin término, un cuerpo flácido, como sus ideas, un colectivo invertebrado, un gusano obscuro y abstruso, ruidoso, que se arrastra, con la lentitud de una sierpe, morbosa y gorda, que todo lo ahoga. Constriñe.

Se arrastra, deforme y escalofriante, por las calles, otrora alegres, coloridas, repletas de consignas, de reivindicaciones, de futuro. Pero esta vez no. Ahora se arrastra, fuera de tiempo, a contramano de la historia, es una marcha atrás, una movida para que nada se mueva, para que todo siga quieto, y si es posible para atrás ¿cuánto? ¿Diez años? ¿20? ¿30? ¿Cien tal vez…? Vaya uno a saber…

Pero eso es difícil de expresar, no tiene cuerpo, no tiene rostro, es anónima y gritona, una criatura incruenta, babosa, una constructo de la antihistoria

No es movimiento, sino detención

No es palabra, sino ruido

No es colectivo, sino amontonadero

Sin embargo se yergue por entre las flores y se asume receptáculo de la legalidad, de la legitimidad, se asume lo nuevo y lo viejo, se asume lo último y lo primero, lo fundamental, lo único, lo todo, y es nada…

Nuevo en esto de andar, pero viejo en eso de constituir, de ponerle el cuerpo a lo terrible, algo así como el fundamento mismo del Ser, una ontología era su paso apurado para detener, una pulsión de muerte, una vuelta a esos años del infierno, perder una década, desandar los caminos, dejar atrás las palabras, los nuevos prados, el trabajo, el verde de la libertad, el mundo, la dignidad

No parecía el subsuelo de la patria sublevado, eso está claro, más bien era algo así como el altillo crispado de una colonia virreinal

Entonces se juntan a gritar, una especie de catársis histórica que drena las energías que acumulan por no poder fornicar con la historia, ellos no engendran, abortan, y se envenenan solos, se sienten desnudos, por eso usan ropas y marcas y modas y coloridos, hacen ruido, se muerden la cola, se palpan ineptos, impotentes, eunucos, y fabulan e intrigan, no se muestran, escupen, vomitan, conspiran, se entusiasman, arrancan, toman vuelo, pero como le pasa al murciélago que está en el suelo, no pueden despegar, básicamente porque no sabe de alturas, más bien de chaturas, de cortedad…

Entonces se vuelve a su casa, desparramada, deshilachada, con una sonrisa en el ojal, y cara de puchero en el sombrero, con la camiseta de la selección del 78, manchados de sangre vuelven después de vitorear la recuperación de las islas, ganamos decían, al fin se van los comunistas, fueras yankees de Irak repetían, otros desde el corazón del gentío, al ladito de un viva el cáncer, junto a un derechos y humanos, saquen a la yegua y por algo será…

Era mucho, sin dudas. Un vacío además, que todo lo absorbía, y devolvía mezclado con un barniz determinado pero sin poder decir, algo tan terrible que no se podía nombrar, daba miedo, el miedo que provocan las cosas que no se pueden parar, el terror gigante de saber que adelante está el precipicio, y que están empujando hacia él, irremediablemente sin saber, la mayoría de las veces, o convencidos, crédulamente, de que saben volar, ja!. Sálvese quien pueda…

 

Elnico

Virgen clandestina

marzo 18, 2013

Sabuesos del poder huelen, rastrean por los campos, los pasillos, la sangre hedionda de un poder en disputa. Un hueso. Arriba sobrevuelan carroñeros.

La cámara al ras del piso ralea los pastizales de un campo abandonado, busca algo esa cámara que fagocita uno a uno los centímetros de la pampa. En su soledad, desespera y se encuentra con el hocico ensangrentado de uno de los perros. Se huelen, una vez más, la cámara, los perros, los carroñeros gritan en el cielo.

En medio de la búsqueda, desesperada, una corrida, feroz, un intenso esfuerzo por delinear una estrategia. Una pausa en un lugar en el monte. Unos troncos, escondite. Respirar. Esperar. Escuchar, hasta hacerse uno con el silencio. Entonces, recién entonces, hablar. Bajito, claro.

Tejer, urdir una simple pero efectiva trama de palabras, razones, argumentos, mecanismos, simples, pero potentes. Y continuar la corrida, con el bebé en brazos, sin llamar la atención. La madre, coraje, corre y dialoga, parece que lo hace sola, ¿enloqueció? ¿Con quién habla? Corre, camina.

Cerca un río ancho también corre. Naves pequeñas lo surcan, abriendo su piel de una tajada. Gentes pobres mueven los remos, la piel cansada, los ojos pequeños de tanto sol.

Una mano tendida, la confianza que clarea en aquel rostro moreno, negro. La mano tendida. El tiempo. No hay tiempo, hay que cuidar de él. “Llévame despacio, que estoy apurada”, habría dicho. Así fue.

Sin embargo los candiles no fueron suficientes. Cuando volvió a pisar tierra, la tierra había cambiado. Las gentes hablaban otras lenguas. Las sombras ya no fueron frescas, de descanso, sino frías, de esas que hielan hasta los huesos.

Camino con la desconfianza a flor de piel. Se dirigió hasta una casa, donde la esperaban y sólo encontró desolación. Los sabuesos habían pasado. Crecía la desesperanza, la desazón. El niño clamaba de hambre.

Y corrió, pidió comida, suplicó. Ya nadie la reconocía, el niño hambreado hervía su sangre, su piel pegada a la suya, envuelto en trapos que eran andrajos, caminando desvalida por entre los rincones. La arrinconaron en el abandono. Fue hasta el río, pero el navegante ya no estaba. La mano tendida tampoco.

Los sabuesos la habían arrinconado, la aislaron. Un delicado pero contundente rumor había raleado las charlas cotidianas en el mercado, en las misas, en las escuelas, y en los hogares durante la cena. Esquirlas de un discurso volátil, lábil dieron vida a su descrédito, entonces no hubo misericordia. Todo apuntaba a ella, nadie la reconocía.

La sangre hedionda lo impregnaba todo. Una sombra gris la acechaba. Y vuelta el viaje, el sueño de los puertos del mundo, los periódicos más prestigiosos, la denuncia, pero los carroñeros tampoco le quitaron el ojo. La persecución continuaba.

Fue entonces que una mano volvió a tenderse. Y rompió el silencio, el misterio, la desconfianza, volvió a tender los puentes. Entonces pudo calmar a la criatura, también calmar su hambre. Volvió a respirar más largo, a poder planificar. Volvió a ser dueña de su propio tiempo e invocar a la historia misma. Fue ahí, en esa vieja casita de adobe que preparó los elementos para su nuevo ritual, y ungiendo al niño con el barro de ese suelo, nombró las palabras de sus antepasados, obreros, trabajadores, mujeres; esos mecanismos secretos, conjugaciones, oraciones, letanías, hasta embeber el pequeño cuerpo y envolverlo en renovadas banderas.

Al nombrarlas, el rancho entero vibró. La escucharon en el barrio, y las mujeres más viejas primero, pero las otras también, se fueron rápidamente a su encuentro, entonces la reconocieron.

Cayó exhausta, agotada, vacía. Había invocado a la historia misma, en toda su densidad, y ungió al niño en esa sopa espesa de identidad. Un constructo nuevo que dejó en manos de esas otras mujeres bravas, que lucharon por él. Fueron sus abuelas, sus madres, sus centinelas, sus inspiradoras, sus animadoras.

Entonces, avanzar le fue inevitable. Mucha energía animaba sus músculos, historias por sus venas, una argamasa de cuerpo y pueblo, una verdadera encarnación.

Los sabuesos aguardan, los carroñeros sobrevuelan, mientras él continúa, con pie firme, por entre los pastizales, los barrios, los pueblos, pareciéndose a ellos, absorbiendo su dolor, dando lugar a su esperanza.

La farola

marzo 8, 2013

En la plaza Carbo hay una columna de luz, una farola, inclinada. Se desteca de entre las otras, derechitas todas. En cambio ella se bandeo, vaya uno a saber q andaba buscando.

 Es raro porque el camino de ese lado no es muy a transitado, hasta hay pasto. Pero le agrega un poco de misterio a la plaza, que ya por las noches se pone hermosa.

 Cuando callan los autos y las motos con caño de escape libre, se escucha lejano el relincho desencajado de esos caballos que emergen desbocados de la roca.

 A mi me gusta sentarme en uno de los baqnuitos que estan cerca, y jugar a captar el momento exacto en que la farola se hace un poco mas al costado. Para decirle: te agarre. Pero nunca pasa. Y siempre escribo relatos de otras cosas, como de las viscicitudes en la cola del supermercado.

 Sin embargo cambio un poco la cosa cuando despues de estar horas, y dormir de a ratos bajo el sol, y asomó por entre esa palmera y una tipa la figura de una silueta.

 Picó la curiosidad, y sin que me viera el policia intenté acercarme a ver que pasaba. Detras de un arbusto que hay ahí me incline lo mas q pude para ver, y sin quererlo adverti, que la farola y yo haciamos el mismo ejercicio para tratar de verte.

 

Lo vi

marzo 7, 2013

“Vos tenés q escribir, eso tenés q hacer”, me halagó. Y me dieron ganas de escribir, claro. Acá estoy.

Sus palabras me nombran. Mientras mueve con juventud los surcos de su rostro adulto, continua rastreando en el entorno las pistas de un mundo otro, la puerta para pasar a otra dimensión.

Y encuentra. Una mancha casi sin forma, alguna cosa obsoleta en la repisa, un color, una textura o un sabor. Todos son puentes para el, puentes por los que cruza constantemente yendo en todas direcciones. De ida, de vuelta, hacia arriba y hacia abajo.

“Toda luz tiene sus sombras”, advirtió, como al pasar, mientras tomaba fernet mezclado con la gaseosa más barata del mercado.

Otras veces se detiene en una palabra y la rodea con la alma de un cirujano. E introduce sus dedos gruesos de obrero en ese delicado cuerpo que es el lenguaje. Y Lo embarduna con condimento, lo sazona y lo tira a las brasas, que es algo así como al mundo.

Entonces ahí anda, debajo de su boina, subido a su barba, rodeado de palabras que son perros que le ladran, a él, caballo. Da gusto verlo, tirando de su carro, como la madre coraje, pero dando la guerra, ensanchando la trinchera, haciendo sonar la alerta, convocando, tomando mate, compartiendo un trago, haciendo, recorriendo la historia, como un eternauta.

Le sobrevuelan sus memorias de paredones pintados, de noches frías, de resistencia, riesgos, de vida y sus cornisas, de enemigos, conocidos, compañeros y amigos. Lo sumerge el recuerdo y un atisbo de lo colectivo se le filtra en cada término, en cada respuesta, en cada propuesta y en cada adjetivo.

Lo sobrevuelan, como abejas. Hacen ruido. Lo pican las preguntas, hondo le dejan su aguijón y su veneno, pero su piel es dura, su historia también. Y se endurece aún más, mientras más se enternece por dentro, y deja sus huellas de yetill negro, de hombre que viaja por todo el continente, hasta que ya no lo contiene, le queda chico y tira una barquita al mar, y empieza a hablar hasta que con sus manos arma las palabras que envuelven los vientos y lo impulsan. Con su negra piel bañada de la sal del mar.

Hombre de palabras que son hechos, hechos que hacen historias e historias que somos todos. Hombre que va y que viene, y espera en la puerta de su casa ver pasar. Hombre que no detiene, ni cuando duerme, porque hace lo que mejor le sale, que es soñar, y recuerda luego cuando despierta, para empezar a transformar.

Pasó por casa, una casa pequeña, sustentada en alientos y miedos, en deseos, promesas, fugacidades, poca experiencia. Pasó y miró con su alegre meticulosidad cada detalle, cada rasgo, cada huella de mi mundo. Supo por donde anduve, las rutas por las que llegué hasta aquí. Supo de mi, de mi identidad, creo que intuyó también para dónde voy, capaz que lo sabe más que yo, incluso, pero anduvo aquí.

Una vez, hace diez años lo vi. Era la lucha misma encarnada en alguien. Lo vi irse en un auto algo desvencijado. Uno de los pocos modelos que aceptaba la conciencia de clase en aquel entonces. Y desde ahí me quedó grabado en la retina. Lo escuché varias veces, arrojar conceptos, conducir una columna, proteger a los compañeros, organizar y debatir. Lo vi construyendo el conocimiento verdadero, de a muchos, la solidaridad en un cuerpo, atando cabos, sanando almas, y andaba por el mundo, sembrando preguntas, inoculando palabras, términos, que no son más que mecanismos, magias, para trocar lo que duele en un verdadero jardín florido.

Así lo vi, transeúnte de las calles del pueblo, de las veredas de las gentes, de sus escalones, de sus baldosas flojas, de su variopinto tendero. Lo vi, lo escuché, me acerqué, y de yapa lo escribí. En un huequito de tiempo, con la frivolidad que implica la cola larga de un supermercado, y la poca poesía que puede implicar escribirlo en un celular. Pero creo que tiene que ver con eso de las contradicciones, y eso del pueblo. Pero le hice caso al fin y al cabo.